"que yo quiero llegar tardando

- andando, andando -

dar mi alma a cada grano

de la tierra que voy pisando"

 

Juan Ramón Jiménez

 

RECUPERANDO LA TRASHUMANCIA UNA DE LAS CULTURAS MÁS ANTIGUAS DEL MUNDO

Por Jesús Garzón

Concejo de la Mesta

       

Para entender plenamente los orígenes de la trashumancia ibérica sería necesario retroceder en el tiempo 15.000 años, cuando la mayor parte de Europa estaba aún cubierta por los hielos de la última glaciación y los cazadores pintaban bisontes y caballos en los rincones más recónditos de la cueva de Altamira: “Era como el primer chiquero español, abarrotado de reses bravas pugnando por salir. Pero ni vaqueros ni mayorales se veían por sus muros. Mugían solas, barbadas y terribles, bajo aquella oscuridad de siglos” (1). El clima ya había comenzado a cambiar, suavizándose progresivamente hasta estabilizarse en valores próximos a los actuales hace unos 5.000 años. Durante ese período, el deshielo provocó que el nivel del mar ascendiese 110 metros, al ritmo aproximado de 1 metro cada siglo, sumergiendo nuestra actual plataforma continental y ensanchando el Estrecho de Gibraltar, hasta entonces poco más que un profundo barranco entre Europa y Africa.

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(1) Rafael Alberti, 1928.

Los bosques y las tundras que ocupaban la mayor parte de la Península fueron cediendo progresivamente ante el avance de la vegetación mediterránea, capaz de resistir los veranos secos y calurosos característicos de nuestro clima actual. Los estiajes cada vez más prolongados favorecieron a muchas especies faunísticas, pero exterminaron a otras o las forzaron a emigrar hacia parajes más adecuados. Así, las aves ligadas a lagos y marismas, que ahora se secan permanentemente durante el verano, siguieron la retirada de los hielos hasta alcanzar latitudes con análogas condiciones climáticas a las que existían en la Península hace 15.000 años, y que corresponden actualmente a los Países Bálticos, Polonia, Escandinavia y norte de Alemania. Allí anidan ahora, a 3.000 Km de distancia, nuestras grullas y ánsares grises, que regresan cada otoño para invernar en sus antiguos dominios del suroeste ibérico.

 

También la fauna de grandes herbívoros hubo de adaptarse a las nuevas condiciones, buscando agua y pastos frescos en verano, regresando en invierno a los valles cálidos y abrigados. En las áreas litorales de la Península, rodeadas de sierras y con un clima suavizado por la proximidad del mar, los movimientos de los herbívoros serían muy limitados, y prácticamente inexistentes en aquellas áreas donde la presencia de marismas, albuferas y vegas de grandes ríos asegura la abundancia de pastos y de agua durante todo el año.

 

Pero en el interior de la Península, dos extensas mesetas se interponen entre los cálidos valles del suroeste y las frías montañas del norte del país, únicas zonas que ofrecen recursos complementarios en las distintas épocas del año. En estas condiciones, cuando los calores de abril o mayo secan en pocos días los abrevaderos y los pastizales del sur, las grandes manadas de herbívoros, que aprovechaban durante el invierno y la primavera la copiosa oferta de pastos y frutos de los valles del Tajo, del Guadiana o del Guadalquivir, tenían que ponerse en movimiento, recorriendo cientos de kilómetros hasta las lejanasmontañas del norte, cubiertas por la nieve durante el invierno pero con abundancia de pastos y de agua fresca en verano, y donde la brisa vivificante de las cumbres elimina moscas y otros parásitos insufribles en las zonas bajas.

Vados de los ríos, barrancos de los valles, puertos de las montañas y lomas despejadas como defensa frente a los depredadores, fueron definiendo itinerarios estables, utilizados cada año por las manadas, que labraron así sobre el paisaje ibérico los primeros caminos, uniendo los valles del sur con las montañas del norte. Estas migraciones espectaculares de grandes herbívoros, que movilizan cientos de miles o incluso millones de ejemplares durante varios meses de primavera y otoño, son conocidas en prácticamente todos los continentes del mundo: saigas y renos en Eurasia; bisontes y caribúes en América; ñus, cebras e impalas en Africa, etc. y no suponen mayor riesgo para las manadas, al avanzar consumiendo recursos no aprovechados anteriormente y regresar ya fuertes los recentales nacidos a principios del verano. 

 

En la Península Ibérica, las manadas estarían compuestas principalmente por uros y caballos, pues ciervos, cabras y jabalíes disponen de recursos locales (ramoneo, granos, raíces…) que les permiten mantener densidades estables sin necesidad de largos desplazamientos. Las principales diferencias entre las castas de "vaqueros" serranos y de "cabreros y porqueros" locales comenzarían a definirse en aquellos tiempos, pues los cazadores paleolíticos siguieron a las manadas en sus desplazamientos, rompiendo así por primera vez la gran unidad cultural que había caracterizado hasta entonces a los pobladores de la Península. Hace 12.000 años se establecieron precisamente las primeras diferencias claras entre las culturas del litoral, con poblaciones que habitaban en asentamientos permanentes, y las del interior, con “tribus errantes en grandes espacios siguiendo a las manadas”. Las culturas del litoral evolucionaron originando una gran diversidad, desde Cataluña hasta Vascongadas, mientras las del interior han mantenido una notable uniformidad hasta nuestros días, debido en gran parte a la pervivencia de la trashumancia. 

Hace 12.000 años, el lobo ya había sido domesticado por el hombre y comenzaba a ser un eficaz auxiliar en la caza y en la defensa de los poblados, en cuyo entorno permanecían las mujeres y los niños. Quizá hasta aquellos tiempos se remonte la popular canción infantil “los cinco lobitos", con la que aún aprenden a coordinar los movimientos de las manos tantos niños españoles, y que por su ternura sería impensable en culturas ganaderas posteriores, cuando el lobo pasó de ser un colaborador a convertirse en el enemigo más odiado y temido, encarnación de todos los males. 


La colaboración del lobo-perro con los cazadores fué también fundamental para iniciar un manejo rudimentario de las manadas, no muy distinto del que aún se conserva en algunas comarcas españolas, y facilitaría la captura de becerros, cabritos, jabatos y potrillos que, criados luego mansos en los poblados, propiciarían el más trascendental salto cultural de la Humanidad, del Paleolítico al Neolítico, hace unos 10.000 años. En ello desempeñaron sin duda un papel fundamental las mujeres, que en muchos casos amamantarían a los recentales, integrándolos en la sociedad rural, como recuerda una canción tradicional extremeña: "El toro y la serrana, que con leche de sus pechos, el alimento le daba". 


Las montañas que delimitan las provincias de Cantabria, Burgos y Vizcaya son refugio todavía de manadas de vacas monchinas, que habitan los montes de la comarca y son pescadas con ayuda de perros de acoso, villanos, y de presa, alanos, en escenas seguramente idénticas a las que protagonizaron los lobos y los cazadores paleolíticos, o hasta no hace tanto tiempo, nuestros monteros medievales. 

 

Tras el lobo, las siguientes especies en ser domesticadas fueron la vaca, la cabra y el cerdo, todas ellas de profunda tradición ibérica. Las ovejas, originarias de Asia Menor, estaban ya difundidas por la Península durante el Quinto Milenio, y razas autóctonas como la merina se conocen desde la Edad del Bronce, época en que también fueron domesticados los caballos. 

La ganadería extensiva que se mantiene aún en muchas comarcas de España y Portugal entraña un manejo muy arcaico de los animales, que viven en régimen casi silvestre durante todo el año, pero que sin embargo son extraordinariamente dóciles a la voz o a la mano del hombre gracias al control de sencillos reflejos condicionados a la sal, el cobijo o el alimento. La riquísima tradición ganadera ibérica es muy respetuosa con el instinto de los animales, responsabilizando al hombre de los errores que se puedan cometer: "Allá por San Matías se igualan las noches con los días, y dice la oveja al pastor: sácame de estas solanas y llévame a aquellas umbrías, pues si no crío el cordero, la culpa no será mía". 

 

Hace 5.000 años, los pastores trashumantes se asomaban ya regularmente a las cumbres de la Cordillera Cantábrica, aportando sus dólmenes y sus conocimientos ganaderos, agrícolas, alfareros... a los pueblos del norte. Concluyeron así los últimos vestigios del paleolítico en la Península, pero los caminos ganaderos continuaron extendiéndose hasta enlazar todas las comarcas del país, y se han conservado hasta nuestros días como uno de los grandes legados de la cultura trashumante: 

 

Los poblados de la Edad del Hierro se situaron preferentemente dominando las cañadas, y los verracos, esculturas graníticas de jabalíes y toros, como los famosos de Guisando, orlaron los caminos y las castros de los pastores hace 3.000 años, coincidiendo en el tiempo con las primeras referencias históricas de los navegantes fenicios y griegos sobre las riquezas fabulosas de ganados que existían en el suroeste de la Península. Durante muchos siglos, la prosperidad de Cádiz se fundamentó en el comercio de los metales desde el noroeste de la Península, a través de los antiguos caminos ganaderos. 

 

Doscientos años antes de Cristo, Aníbal arengaba a sus soldados celtíberos con la promesa de grandes riquezas “si abandonaban su vida errante en pos de los ganados” y la obstinada resistencia del caudillo ibérico Viriato frente a las legiones romanas se ha interpretado como una última defensa desesperada de los pastores trashumantes contra las parcelaciones y asentamientos agrícolas del invasor.

Y sobre caminos de pastores construyeron los romanos sus calzadas para la 
conquista de Hispania, admirando los ganados de nuestros campos, en muchos casos idénticos a las razas actuales: inmensos rebaños de ovejas, "de lana superior en calidad y belleza a todas las conocidas"; pastorías de cabras, con cuyas pieles confeccionaban los nativos tiendas de campaña y velas para sus naves; piaras de cerdos, que aprovechaban los bosques de roble y encina "pues aunque el trigo puede faltar, el fruto siempre se ofrece en el árbol"; manadas de toros poderosos, que en caso de necesidad eran arreados contra el enemigo, y hermosas yeguadas, "de galope tan veloz que sólo el viento podía fecundarlas". 

 

Concluyó la conquista, pero los pastores trashumantes siguieron alzando cada invierno sus chozos circulares de piedra y ramajes junto a las lujosas villas romanas, reconvertidas luego en los cortijos actuales. Los visigodos también reconocieron la importancia de las culturas pastoriles y el Fuero Juzgo, promulgado el año 693 por el Concilio de Toledo, establecía que las carreteras debían dejar a cada lado la mitad de su anchura para el paso de los rebaños. Durante la invasión árabe, acuerdos especiales permitieron a los pastores entrar en los reinos moros. Las crónicas medievales hacen continuas referencias a la colaboración que prestaron a la reconquista estos pastores serranos, perfectos conocedores del terreno, brindando a los ejércitos cristianos victorias definitivas como la de las Navas de Tolosa (1212), gracias a las cuales recuperaron para sus rebaños los espléndidos pastos “a extremos del Duero”, la Extremadura y las Alcudias. Desde entonces, en muchas comarcas del sur de España, "serrano" sigue siendo sinónimo de ganadero trashumante. 

En 1273, Alfonso X “El Sabio” refunde los ya numerosos privilegios pastoriles y ordenanzas de pastos, yerbas y montazgos, tomando "todos los ganados, así vacas como yeguas y potros, y puercos y puercas, y ovejas y carneros, y cabras y cabrones en nuestro amparo y a nuestro defendimiento" creando el HONRADO CONCEJO DE LA MESTA DE PASTORES, asamblea de los ganaderos para resolver sus problemas y velar por sus intereses: "Que así nace del tiempo, uso; y del uso, costumbre; y de la costumbre, fuero". La anchura mínima de los caminos principales, las cañadas reales, se estableció en 90 varas castellanas (1 vara= 4 palmos o cuartas de 20,9 cm), es decir, los 75,2 metros actuales, medidos por la longitud de la mano de los pastores. Los cordeles de 45 varas (37,5 m) y las veredas de 25 varas (20,9 m) completan desde entonces la red nacional de vías pecuarias como bienes de uso público, “inalienables, inembargables e imprescriptibles”, reservados para el paso y alimento de los ganados trashumantes "y que sea así guardado para ahora y para siempre jamás". Las cañadas, los cordeles y veredas conservan aún más de 125.000 Km de longitud y 400.000 Ha de superficie, prácticamente el 1% de todo el territorio nacional. 

 

El movimiento periódico de los rebaños modeló desde muy antiguo los paisajes y ecosistemas ibéricos, fomentando también una gran riqueza de pastos naturales, que presentan las mayores diversidades florísticas conocidas en el mundo, con más de 40 especies distintas por cada metro cuadrado de terreno. La marcha hacia el norte de los rebaños, con sus pastores y sus perros en plena primavera, favoreció la conservación de los pastizales y del arbolado, pero tambien de la fauna, al quedar los campos prácticamente desiertos durante la época más crítica para la reproducción de las especies salvajes. “Una dehesa que mantuviese mil cabezas en la invernada, a mediados de mayo no podría sostener doscientas, y aún tal vez ninguna”. Los pastos de invierno de los rebaños trashumantes constituyen por ello los mejores refugios de Europa para numerosas aves rapaces y esteparias, como águilas, milanos, avutardas, sisones, gangas, ortegas y alcaravanes. En los pastos de verano, la presencia de los rebaños a partir de junio ha favorecido la conservación de osos, lobos y liebres de montaña, quebrantahuesos, urogallos y perdices pardillas. 

Las mayores colonias de buitres se encuentran en las proximidades de las cañadas principales, que también han constituído a lo largo del tiempo importantes vías de dispersión para numerosas plantas y animales, desde tréboles, poleos, escarabajos y mariposas hasta lobos, como describieron ya hace siglos nuestros monteros y ballesteros: “cuando el ganado baja de la montaña de León y pasa a Extremadura, ven los pastores ir los lobos en su seguimiento y lo testifican, porque hay algunos tan señalados que los conocen y los ven en el verano en una parte y en el invierno en otra”. 


La organización y manejo de los rebaños trashumantes ha permanecido prácticamente invariable a lo largo de los siglos. Cada millar de ovejas, con 50 carneros y 25 mansos, estaba a cargo de un rabadán, auxiliado por tres pastores, un zagal y cinco perros mastines, armados de carlancas para defender al ganado de los ataques del lobo: “el mastín fatea, acecha, conoce las ocasiones de las emboscadas y acometidas del lobo y con odio implacable de muerte le persigue; se coloca de noche en el sitio más peligroso de las avenidas y de día va registrando y calando por lo más fragoso sin perder de vista el atajo o piara de merinos a que está destinado” 


La impedimenta de las pastores, el hato y caldero, se transportaba en tres caballerías, con derecho a llevar 100 libras de sal (46 Kg) para el ganado. En sus alforjas llevaban también "la soga de marca de a 45 palmos" para deslindar posibles anchuras irregulares a su paso por terrenos de cultivo, y el pergamino "de cuero que no de paño" con la Real Carta de Privilegio


"SEPAN TODOS LOS QUE LA CARTA VIEREN, O QUE LA OYEREN, QUE MANDA EL REY, QUE LOS GANADOS DE AQUEL O DE AQUELLOS A QUIEN DIERE LA CARTA, QUE ANDEN SALVOS Y SEGUROS POR TODAS LAS PARTES DE SUS REINOS, Y PAZCAN LAS YERBAS Y BEBAN LAS AGUAS. Y NO HACIENDO DAÑO EN MIESES, NI EN VIÑAS, NI EN OTROS LUGARES ACOTADOS, Y DANDO SUS DERECHOS DO LOS DEBIERAN DAR, QUE NINGUNO SEA OSADO DE EMBARGARSELOS NI DE MOLESTARLOS, PUES CUALQUIERA QUE LO HICIESE PECHARIA TANTO EN COTO AL REY, Y AL QUERELLOSO EL DAÑO DOBLADO.” 

Los derechos se daban en los Puertos Reales, pasos obligados de las cañadas por pueblos, puentes o montañas, donde los oficiales de La Mesta cobraban el impuesto y llevaban contabilidad detallada del movimiento de los ganados. Los pagos se hacían en el acto, bien en animales o su equivalente en dinero, y en proporción al número de cabezas de cada rebaño: cinco ovejas o tres vacas por cada mil y un cerdo o una cabra por cada cien. Los carneros y los mansos, las ovejas parideras y los mastines estaban exentos de embargos y no podían ser exigibles como impuestos o sanciones. El pago se realizaba una sola vez al año en cada recorrido, generalmente en la subida de primavera, por ser más ventajoso para los ganaderos al estar entonces las ovejas esquiladas y vacías. Este pago confería los derechos de hermandad y el privilegio real de pastorear los rebaños en terrenos baldíos y comunales, de moverse libremente por los reinos y de arrendar las dehesas. Por tradición secular se reconocían en Castilla dos formas distintas de propiedad de la tierra. Una individual, que mantenía todos los derechos sobre ella mientras estuviera en cultivo, y otra colectiva, pudiendo pacer libremente el ganado en barbechos y rastrojeras: "Tampoco pueden los señores de vasallos ni aún el Rey, adehesar sus heredades, tierras y términos redondos, para que dejen de ser pasto común alzados los frutos". 


Cualquier litigio sobre arriendos, propiedades, reses extraviadas o abusos se planteaba ante el Concejo de la Mesta, que se convocaba dos veces al año: en enero o febrero en las áreas de invernada y en septiembre u octubre en los pastos de verano. Los nombramientos se hacían por sorteo entre los representantes de “las cuatro sierras nevadas” o cabezas de la Mesta: Soria, Segovia, León y Cuenca. Los concejos, bajo la advocación de la Virgen de Guadalupe, solían celebrarse en una iglesia o a campo abierto, y se consideraban válidos si concurrían al menos cuarenta ganaderos. Tanto hombres como mujeres tenían voz y voto, siempre que fuesen propietarios al menos de 50 ovejas trashumantes. 

Considerando que los pastores de La Mesta movilizaban cada primavera y cada otoño de tres a cinco millones de cabezas de ganado, principalmente ovejas merinas, puede valorarse la enorme importancia económica y social que adquirió la trashumancia. Entre otras cosas propició un activo comercio entre el norte y el sur de España, influyendo decisivamente en la unidad de lengua, pesos y medidas, así como en la eliminación de las fronteras de los antiguos reinos medievales. Al poner bajo la protección real a los ganaderos y pastores limitó los privilegios y abusos de los nobles y ciudades, y fomentó el desarrollo de otros gremios, como mercaderes, pañeros, carreteros y navieros. 

 

La lana fina de las ovejas merinas, el famoso "vellón español" se exportaba ya a Inglaterra en el Siglo XII y poco después, tras controlar la Marina de Castilla el Estrecho de Gibraltar y el Canal de la Mancha, el comercio de lana se generalizó hacia Flandes, Francia, Inglaterra e Italia. En 1313 las Cortes prohibieron bajo penas severísimas la exportación de ovejas vivas, para proteger este preciado monopolio, y en 1462 hubo de restringirse también la exportación de más de dos terceras partes de la lana esquilada cada año, para evitar que quedase desabastecida la industria pañera nacional. 

 

Pero el comercio español de lana declinó definitivamente a partir del Siglo XVIII, al fomentarse la salida de los mejores rebaños de merinas hacia otros países europeos como regalos reales. En 1715 se enviaron los primeros rebaños a Suecia, a raíz de lo cual se fundó allí, en 1739, una escuela especial para pastores. En 1765 fueron enviados 92 carneros y 200 ovejas selectas a Sajonia, y en 1775 se exportaron 300 merinas a Hungría, también con pastores españoles encargados de instruir a los locales en el manejo de la cabaña imperial. En 1776 llegaron a Francia los primeros 300 ejemplares de merino, seguidos diez años más tarde de otras 334 ovejas y 42 carneros, origen de la famosa cabaña de Rambouillet. En 1782, un rebaño de 400 ovejas de Extremadura fue embarcado rumbo a Sudáfrica, desde donde se exportaron ejemplares a Australia en 1797. 

Una cláusula secreta del Tratado de Basilea (1795) permitió a la República Francesa extraer de España, durante cinco años consecutivos, 150 yeguas y 50 caballos andaluces, así como 1.000 ovejas y 100 carneros merinos cada año. Desde 1802 a 1827 más de 7.000 merinas fueron embarcadas en Lisboa rumbo a Australia, país que cuenta ahora con 175 millones de ovejas y produce el 55% de toda la lana del mundo. En la actualidad, dos tercios de toda la lana mundial son de origen merino, aprovechando sin saberlo la responsable labor de selección y mejora realizada durante miles de años por tantas generaciones sucesivas de pastores ibéricos. 

 

En 1910, cuando la trashumancia tradicional estaba ya herida de muerte por el incipiente transporte de los ganados en ferrocarril, André Fribourg nos legó una última imagen impresionante de aquellos movimientos estacionales de los ganados y pastores por las cañadas: "Del norte al sur, del este al oeste, inmensos rebaños se desplazaban aún ayer; desde los Pirineos al Ebro, de Galicia y las Montañas Cantábricas a la Mancha y a Extremadura, desde los Montes Ibéricos a Castilla La Nueva, de Andalucía a Valencia, era como un flujo y reflujo de lana, una oscilación rítmica de los rebaños. En grupos de diez mil, siguiendo caminos especiales, las ovejas iban pastando y hollando la tierra. Cada grupo estaba dividido en rebaños secundarios de mil a mil doscientas cabezas; un mayoral guiaba la partida; unos rabadanes, ayudados de pastores, conducían los animales; armados de hondas, portadores de largos cayados, los pastores atravesaban dos veces al año la península, con sus mulas, sus calderos y sus perros". 


Todavía fueron habituales durante años posteriores los movimientos de rebaños por las cañadas, pero la mejora de los ferrocarriles, la difusión del transporte en camión y las crecientes dificultades que tuvieron que afrontar los pastores por la desaparición de numerosas vías pecuarias, debido a las concentraciones parcelarias y a la construcción de embalses, urbanizaciones y carreteras, acabó por completo con la trashumancia a largas distancias hacia mediados de este siglo. En ciertas zonas de los Pirineos, Cordillera Cantábrica, Gredos, Albarracín y Sierra Morena, algunos ganaderos de vacuno, ovino y cabrío han mantenido con notable esfuerzo sus movimientos trashumantes tradicionales, logrando conservar en buen uso tramos más o menos largos de cañadas. Pero en su inmensa mayor parte, las vías pecuarias están actualmente en lamentable estado de abandono, carentes de señalización adecuada y cortadas por numerosos obstáculos. 

RECUPERANDO LA TRASHUMANCIA

La trashumancia sin embargo no ha perdido vigencia a finales del siglo XX y constituye en muchos casos la única alternativa para evitar el abandono del campo y la degradación de los valiosos ecosistemas ibéricos. La tendencia actual a mantener los rebaños en el sur durante todo el año, en cercados donde son alimentados artificialmente en verano con costosos piensos y forrajes, está provocando graves problemas de sobrepastoreo y de erosión del suelo, con degradación del arbolado y desaparición de muchas especies de plantas y animales. En el norte por el contrario, millones de hectáreas quedan infrautilizadas y productivos pastizales, mejorados por siglos de pastoreo, son invadidos por matorrales o sembrados de pinos, causa luego de devastadores incendios forestales. Muchos pueblos de montaña se despueblan ante la falta de oportunidades laborales para la juventud, y en las mesetas también se pierden importantes recursos ganaderos tras las cosechas de los regadíos, de los cereales o de las viñas, con problemas ambientales adicionales por la quema de rastrojos y el uso de abonos químicos y de herbicidas. 

 

Frente a todos estos problemas, la trashumancia tradicional ofrece soluciones sencillas y rentables, basadas en el aprovechamiento integral de los recursos locales y el respeto a la capacidad de carga de cada terreno en las diferentes épocas de año. Por ello, desde 1992 estamos desarrollando un programa, de diez años de duración, para evaluar las posibilidades de la trashumancia como alternativa válida para conservar los ecosistemas, el desarrollo económico, y los valores culturales y sociales de las zonas rurales. Los objetivos fundamentales de este programa son los siguientes:

  1. Mantener el tránsito ganadero por las vías pecuarias, estableciendo una red de corredores naturales que enlacen los principales ecosistemas de la Península Ibérica, evitando el aislamiento de los diferentes espacios protegidos y favoreciendo la supervivencia y el intercambio genético entre poblaciones de especies amenazadas.
     
  2. Conservar ecosistemas valiosos, como las praderías, los bosques autóctonos, los pastizales de montaña, los cultivos cerealistas extensivos y las dehesas de encinas y alcornoques, evitando el sobrepastoreo, los incendios forestales, la erosión del suelo y los daños que el ganado estante y la agricultura intensiva provocan en el terreno, las aguas y el arbolado. 
     
  3. Fomentar las razas autóctonas de ganado y las variedades locales de cultivos y frutales mejor adaptadas a las condiciones ambientales de cada zona, como recursos fundamentales para el desarrollo comarcal que garanticen la riqueza y diversidad genética de las áreas de actuación. 
     
  4. Revalorizar y prestigiar las culturas campesinas, manteniendo y transmitiendo los conocimientos y experiencias de las generaciones mayores a la juventud, mediante programas formativos y de demostración que generen empleo cualificado, para evitar la emigración y el abandono de las zonas rurales. 
     
  5. Favorecer la cooperación entre las diferentes comarcas y regiones de España y Portugal con recursos naturales complementarios, tanto a nivel institucional como de asociaciones agrarias y vecinales, entidades culturales y centros de investigación científica, económica y social, para asegurar un desarrollo integral sustentable de la totalidad del territorio. 
     
  6. Dar a conocer la importancia ecológica y la alta calidad natural de las producciones agrarias extensivas de la Península Ibérica, garantizando los procesos tradicionales de elaboración, para generar una demanda que permita su comercialización diferenciada, con máxima rentabilidad para los productores.

Concejo de la Mesta

Ap. 33. Cabezón de la Sal. 39500 CANTABRIA. Tel. 659 20 90 95